miércoles, 13 de enero de 2016

Entre azúcar y canela

El obrador de Gretel olía a canela, a azúcar y a jengibre. Cuando se acercó al almacén el olor era más intenso y, asomando la naricita por la última de las esquinas, una niña muy pequeña seguía su rastro. Pronto el sonido de sus zapatos resonó por el suelo, y Andrea entró en la despensa con una inmensa sonrisa de felicidad pintada en su carita. Había tantas cosas allí… se apoyó en la estantería y se llevó un dedito a los labios, pensativa. ¿Quién había dejado las galletas tan arriba? Porque quería galletas, y no había nadie que se las pudiese alcanzar.

Galletas de Las tartas de Gretel

La pequeña hizo un puchero y se alzó un poco. Movió como pudo un pesado tarro de harina. Sabía que su madre solía dejar alguna caja con dulces a esa altura, para que ella las pudiese alcanzar. Y… ¡oh, ahí estaba!
Andrea estiró sus manitas hacia la caja de hojalata y se peleó con la tapa por unos momentos. Se las llevó con ansia a la boca, en un cómico y exagerado gesto de sorpresa. Allí había de todo: pequeños hombrecillos de jengibre con botones de azúcar, bizcochitos de chocolate, mantecados de canela… y sus favoritas, unas enormes galletas con pedazos de chocolate. 
La pequeña dio palmas, feliz, y mordisqueó un hombrecillo de jengibre con expresión de deleite.
Y así la encontró mamá un rato después: sentada en el suelo con las piernecitas cruzadas, la caja de galletas ante ella y el suelo lleno de migajas... 

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