lunes, 24 de abril de 2017

Alicia sin País de Maravillas

Alicia sobrevive en un humilde rincón, feliz con su película de país de maravillas, en un castillo fantasma de chapa y cartón. 
Acumula trece veranos sin sol,
sin importarle la falta de recreo, 
de un inocente chapoteo,
de una mano que la sujete y que cuando lo haga, lo haga tan fuerte que pueda entregar su rendición.

Hace días pesados que Alicia cambió vacaciones por terremotos, planes por supervivencia, escuela por porquería, comidas por restos y triste desilusión. 
Y mientras la hierba empieza a perder sabor, estrena como ayer esas intenciones dulces que se le caerán sin que se dé cuenta, en un semáforo rojo, perdida quién sabe dónde, al final de cualquier callejón.

Igual mañana, cuando la resaca de hoy le coma la cabeza y se canse de llorar, volverá a resucitarlas, a sentirlas con más ganas, renegando su final.

Y es que Alicia quiere ser alguien mejor pero no alcanza ningún precio, se le agujerean los motivos y maldice a la razón.

Y este lunes un poco raro, se refugia en fantasías, volando con ojos bien cerrados, encerrando bien los miedos hasta hacerlos estallar.

Así vive Alicia, buscando esa posibilidad de princesita que lo más probable es que no encuentre, aunque le declaren la guerra mil veces por atreverse a soñar.

Por eso suele poner en penitencia a la ilusión, se bebe sus lágrimas saladas, sonríe apoyada en la ventana, enfrentada a sus miserias que la rodean en chapa y cartón.

En su castillo se viste con ropa regalada, se peina con un cepillo viejo de plata y dibuja con miel la realidad.
Esa que dice que todas las Alicias viven en un país con maravillas y a ella nadie la invitó a pasar. 

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